Miles de personas de etnia gitana son deportadas por el gobierno alemán cada año a países de la antigua Yugoslavia. Muchos de ellos son jóvenes que han nacido y crecido en el país germano y no conocen la lengua local
Las ONG advierten que en Kosovo viven en un ambiente de violencia y son discriminados por el resto de la sociedad en todos los ámbitos.
Familia Shala Nino Nihad Pušija)
“Eran las seis de la mañana. Yo había vuelto tarde esa noche porque había estado trabajando en el estudio. Unos 16 policías se presentaron en casa preguntando por mí y por mi hermano y nos obligaron a irnos con ellos sin decir en ningún momento por qué. A los dos días estábamos en Kosovo”. Eso ocurrió el 15 de marzo de 2010, y desde entonces la pesadilla de Selami Prizreni y su hermano Kefaet no ha terminado. Aquel día cambiaron su cómoda vida en Essen, al oeste de Alemania, por la pelea diaria de sobrevivir lejos de su familia, en un país empobrecido, sin oportunidades de trabajo ni de futuro, del que no conocen la lengua y en el que las personas de etnia gitana están totalmente discriminadas por la sociedad. Se trata de una historia especialmente cruel porque un juez ya ha decretado que su deportación fue ilegal, pero no pueden volver hasta que los trámites burocráticos estén resueltos.
El de los hermanos Prizreni es tan solo uno de los miles de casos de ciudadanos de origen balcánico forzados a abandonar Alemania tras haber llegado al país escapando del horror de las múltiples guerras en la vieja Yugoslavia. “Sabemos que de las expulsiones de los últimos dos años a Serbia y Kosovo la mayoría han sido gitanos, y estas han sido mucho más numerosas que los años anteriores, sobre 3.000”, explica Eva Weber, de la asociación Forschungsgesellschaft Flucht und Migration (FFM), que se dedica a investigar la situación de los refugiados y migrantes en los países que se encuentran alrededor de la Unión Europea. Weber matiza que conseguir cifras oficiales sobre el número real es imposible porque en las estadísticas solo se incluyen las deportaciones directas: “Existen muchos más retornos voluntarios, como los llaman, pero que en realidad no hay gran diferencia con las deportaciones”.
Una de las razones del incremento de los últimos años fue la firma en 2010, por parte de los gobiernos de Alemania y Kosovo, de un “Rückübernahmeabkommen” (acuerdo de retorno). Según cifras de la ONG germana ProAsyl, con esa rúbrica 10.000 kosovares de etnia gitana residentes en Alemania tendrán que afrontar de forma voluntaria o forzosa el regreso a su país de origen. El hecho de que se haya nacido o crecido dentro de sus fronteras no tiene la menor relevancia.
Kefaet tenía cuatro años cuando llegó a Alemania. Selami directamente nació en Europa, como él repite una y otra vez a través del teléfono. En el momento de la llamada se encuentran viviendo en Subotica, una ciudad del norte de Serbia. Los hermanos, que hoy tienen 29 y 24 años, duermen en el sofá de la casa de un amigo que hace hip-hop con ellos. “Pero no nos podemos quedar más tiempo. Aquí no hay trabajo, nadie en la casa trabaja y somos dos bocas más que alimentar para la madre de nuestro amigo”. Antes de ser deportados, los hermanos estaban desarrollando una carrera como raperos que se vio truncada de la noche a la mañana, pero que les sirve de ayuda para sobrevivir lejos de Alemania.
Ya han pasado más de tres años desde que llegaron a Kosovo, pero Selami todavía recuerda a la perfección cómo fue su expulsión. “Las autoridades públicas de nos dieron 50 euros para comida y alquiler, y nos dejaron allí. Era un nuevo mundo, no conocíamos a nadie. Estábamos solos y teníamos mil preguntas”. La primera noche la pasaron en casa de su tío. Pero solo una. “Nos plantamos en su casa con las maletas y él nos dijo yo quiero a vuestra madre pero vosotros sois como extraños para mí, y así os voy a tratar. Podéis dormir una noche aquí. Después os tendréis que buscar otra cosa”. Y así llevan desde entonces, sin un hogar en el que poder asentarse. Han pasado por Kosovo, Croacia y Serbia, sin saber qué va a ser de ellos al día siguiente. “Es cuestión de sobrevivir día tras día. Nunca sabes dónde vas a dormir al día siguiente o qué vas a comer. A lo mejor es que ni comes durante los próximos dos o cinco días. Tampoco tenemos cigarrillos ni la posibilidad de ducharnos. Por ejemplo ahora llevo sin ducharme una semana, lo que no va para nada conmigo”.
Elvira Ganshi. (Nino Nihad Pušija)
Discriminación muy extendida
El gobierno alemán no detalla la etnia de las personas deportadas. No lo hace porque no se trata de una cuestión racial, por lo que aseguran que sería discriminatorio detallar este tipo de cuestiones. Sin embargo, la diferencia de que el deportado a Kosovo sea o no gitano sí es muy grande.
“La discriminación contra personas de etnia gitana está muy extendida en el país. Llega a todos los ámbitos: en la escuela, a la hora de encontrar un trabajo, en el acceso a los servicios sociales…”. Marie von Moellendorf, de Amnistía Internacional, desgrana las injusticias que sufren día a día personas como Selami o Kefaet. En 2010, la ONG multinacional publicó un informe en el que documentaba el ambiente de violencia y desprotección al que está expuesta esta minoría. Y también resaltaba su casi total imposibilidad de acceder a un empleo puesto que las cifras de las que se hacía eco elevaban la tasa de paro hasta el 97%. “La situación hoy es prácticamente la misma que entonces, muy poco se ha avanzado”, confiesa.
El gabinete de Angela Merkel justifica las miles de deportaciones en el hecho de que hay en marcha un proyecto para garantizar la integración de los retornados, conocido como “URA 2”. Sin embargo, desde AI se niega que el joven país esté preparado ello. “No existe ningún apoyo político en el país. Un motivo es que todavía está muy extendido el prejuicio de que los kosovares de etnia gitana estuvieron del lado de los serbios durante la guerra”, añade von Maellendorf. Y remata: “Es necesario que haya una mayor presión internacional para que su situación comience a mejorar”.
Estado de “tolerancia”
Conseguir la nacionalidad alemana y, por tanto, desterrar cualquier miedo de ser deportado es tarea casi imposible. Bien lo sabe el fotógrafo Nino Nihad Pušija, quien llegó a Alemania hace 21 años, también tras escapar de las bombas de su país natal, Bosnia. Él logró ser aceptado como refugiado político, lo que le permitió abandonar el estado de “duldung” (tolerancia), una categoría administrativa que poseen muchos de las balcánicos que llegaron a Alemania en los ochenta y noventa. En la práctica es una suspensión temporal de deportación porque el gobierno considera que retornar a tu país es peligroso. Así pues, una vez las autoridades cambien de parecer pueden echarte en cualquier momento.
Pušija ha dedicado parte de su trabajo a documentar los refugiados balcánicos que viven bajo esa condición. Fruto de ello es el libro “Duldung Deluxe”, del que se han extraído las fotografías de este reportaje. “’Duldung’ es un estado permanente de sufrimiento. No hay ley que decida cuándo te van a deportar, cómo o por qué. Simplemente depende de un agente de inmigración, por lo que basta que el hombre haya tenido una mala noche o que no seas lo suficientemente educado con él para que decida que debes ser deportado”. ¿Y cuántas personas viven bajo esta condición en Alemania? “La mayoría de gente ‘tolerada’ procedente de los países balcánicos son de etnia gitana”, responde Eva Weber, de la asociación FFM. “Hace tres años había sobre 13.000 personas. Hoy estimamos que han de ser entre unos 8.000 y 9.000”.
Hermanos Prizreni, Kefaet izquierda-Selami derecha (Nino Nihad Pušija)
La arbitrariedad de las autoridades no es la única amenaza que afrontan los “tolerados”. “Estas personas tienen un límite de 60 kilómetros para moverse. Si la policía te coge yendo a otra ciudad puedes ser castigado o deportado. Yo conozco a gente que fue detenida al ir a la boda de un familiar que se celebraba en otra localidad”, relata el fotógrafo bosnio. Y él no cree que esto fuera una simple casualidad: “Las bodas son un lugar que la policía utiliza para pedir los papeles en caso de que la gente esté infringiendo su límite de movimiento”.
La familia Shala no pudo escapar de ese destino. Los cinco miembros de la familia fueron deportados a Kosovo en 2010. El fotógrafo bosnio recuerda que no había motivo alguno para su expulsión: “El padre trabajaba en McDonald’s, el hijo mayor era mecánico, la madre tenía problemas psicológicos y el hijo de 16 años sufría diabetes”. El mismo destino corrió en 2009 Elvira Ganshi, de 24 años. Ella cuenta en el libro de Pušija que no recibió ninguna notificación previa, que la policía simplemente irrumpió en su casa a las dos de la mañana con la noticia de que iba a ser deportada. En Kosovo, asegura, tuvo que vivir en el bosque con sus hijos porque no tenía otro lugar al que ir. “Al final encontré un techo en una casa quemada. A menudo no tenía nada para comer y beber”. No obstante, un año después, en 2010, pudo volver a Alemania con un “Betretenserlaubnis” (permiso de entrada provisional). “No quiero volver allí y tener que vivir así. Antes me suicidio”, remata Elvira.
Selami y Kefaet residían en Alemania bajo otro estado. “Nosotros teníamos un ‘Fiktionsbescheinigung’ (una traducción aproximada sería ‘certificado de ficción’), que es mejor que ‘Duldung’ porque te permite trabajar”, explica el más pequeño de los dos, Selami. “Aunque eso no nos evitó que nos expulsaran de Alemania”. A pesar de todo, los hermanos Prizreni son unos afortunados. Un tribunal alemán dictó que su deportación había sido ilegal por lo que, cuando el proceso burocrático esté resuelto, podrán volver a territorio germano. “Nuestra madre tiene que recibir una respuesta dentro de seis semanas. Fue todo tan injusto. Yo nací allí y tengo trabajo esperándome. Y además no hemos de pagar los costes de vuelta ya que nuestro proceso fue ilegal”, remata.
Sus vidas de supervivencia día tras día, de improvisar lugares donde pasar la noche o ducharse, parece que acabaran pronto. Además, gracias a su carrera musical, ellos están confiados de que trabajo no les va a faltar en la Unión Europea. Desgraciadamente ese no es el final de la historia de muchos otros gitanos deportados. En primer lugar porque para poder volver a Alemania tienen que pagar los gastos de la deportación previa, que pueden ascender a unos 6.000 euros. Y aun así, una vez en Alemania, la vida tampoco es de color de rosa.
Amaro Drom, una asociación internacional que lucha por la integración y el reconocimiento de la cultura gitana, así lo alerta. En su sede de Berlín trabajan, sobre todo, con inmigrantes procedentes de Rumanía y Bulgaria, es decir, ciudadanos de la Unión Europea sin ningún tipo de problema de visado o pasaporte. Sin embargo, según explica el equipo de comunicación de la organización, en Alemania también tienen que hacer frente a un alto grado de racismo. “Se refleja sobre todo a la hora de trabajar. En teoría tienen los mismos derechos que el resto de ciudadanos, pero en la práctica se encuentran muchas trabas burocráticas. Esto facilita que sobre todo en la construcción se aprovechen de su situación, les exploten y les paguen mucho menos de lo que deberían”.
Fuente: http://periodismohumano.com/sociedad/discriminacion/los-gitanos-deportados-de-alemania.html
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